
Ella era exquisita,
solitaria,
y llena de color.
A la sombra de una montaña aguardaba,
y un recuerdo no vivido esperaba,
mientras pintaba su retrato
en carbón.
Nunca fue de muchas palabras,
y en este caso
esa regla aplicaba.
Él solía decir constantemente,
que amar no pasaba por su mente,
pero cuando sus ojos se encontraban con una montaña,
el fervor se colaba en su corazón con artimañas,
y al no le molestaba aquello
ni un poco.
Entonces en cierta noche de septiembre,
cuando la inquietud atacaba sus mentes,
fueron al encuentro del resto de sus vidas.
Una montaña, un pincel,
una caída, un grito masculino.
Y una chica que lo miró todo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario