
Caminé como si no hubiera un mañana, de un momento a otro apreciando mi alrededor más de lo que alguna vez me habia detenido a hacerlo: la textura del pavimento, frío por ser de madrugada, contra mis pies descalzos, la brisa congelada y cómo entumecía mi piel... y parte de mis recuerdos.
Quizás aquello que pasó no era realmente un accidente. Probablemente se trataba de un giro premeditado que mi vida tomó.

Pronto no estuve tan consciente de lo que había sucedido y de las cenizas en mi piel y mi vestimenta.
Me acerqué... solo lo justo. Mi alma se llenó de aquella melodía, y de la imagen borrosa de su expresión; sus ojos cerrados, su ceño fruncido ligeramente por la concentración.
Entonces terminó. Y con ello mi ensoñación. Me miró.
Se podría decir que me sentí incluso mejor con ese pequeño detalle que con la presencia de aquella lenta melodía que de él emanó.
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